Iblis el mentiroso

Iblis el mentiroso salió de su cuerpo, aquel ser que permanecía escondido en la casa número siete mantuvo su energía atrapada desde que el cuerpo físico había nacido, cuando aquel ser abrió los ojos, salio Iblis el mentiroso.

¿Pero porqué?

El mismo día que él desparecería de la vida consciente y de los ojos de los demás, anduvo horas antes cerca de la playa de Sant Adrían vendiendo parte de su fortuna de forma rápida en el mercado negro de los suburbios.Esa parte de fortuna no la declaró en su testamento, pues se sentía culpable, nadie entendía su culpabilidad, porque todos los demás solo conocían sus mentiras.
Su propia familia no lo entendería, tal y como distribuyó su fortuna, dejándoles poco más que los lugares que habitaban, el resto lo cedía a unas islas lejanas en las que poco tiempo estuvo, si su familia hubiesen sabido que dejaba para su secretaria bienes contantes, no le hubiesen perdonado, no le hubiesen entendido, así que no tenía más opción que moverse por aires turbios.

Su culpabilidad le recordaba el rostro de ella, una y otra vez, su sonrisa. La familia de la secretaria no tenían todas las respuestas. Dejar algo de dinero para sus familiares no les devolveria la sonrisa de aquella que había muerto en el muelle americano en la tarde maldita y trágica tarde.No les devolvería la sonrisa, pero eliminaria preguntas.
No sabe.La culpabilidad.Hizó un negocio a tres bandas. El vendió a un comprador que le intercambio sus bienes por otro material. Bienes que en el mercado negro vendió a otro comprador a cambio de dinero.
Él se sentía culpable, dijeran la gente lo que dijera, aquella chica tan bella había sido su secretaria más eficiente, su apoyo incondicional, llegó incluso a privarse de parte de vida personal, y fue tambien su amante más ardiente.
Se sentía culpable.La echaba de menos.Toda su falta había cambiado tal vez su memoria, tal vez no era despreciable. Pero él se sentía así.El sabía toda la verdad y su memoria no podía traicionarle.

Su alma cambió el instante anterior a que el muelle quebrara.
Su último instante de paz.

Recuerda que pasó el brazo por detrás del asiento del copiloto, miraba la sonrisa de ella, y sus patas de gallo.Su cara de felicidad era lo que más le gustaba ver en el mundo.
Ella cubría su cabeza con un pañuelo de seda rojo a lo “We Can Do It”, de debajo salía mechones densos de cobre fundido, que terminaban en suaves hilos que danzaban en la calida brisa que soplaba en el muelle.
En el horizonte, iba a esconderse el sol.
La hora de los gatos.¿Porque reía ella?
Inspiro, y miró el asiento de detrás, le pareció ver un huevo, pero no recuerda más, el agua densa empujando sus fosas nasales dispuesta a entrar hasta sus bronquiolos.Su sensación de ahogo, el verde del agua y el pelo rojo hundiendose.