SEMINARIO 1 LA VULNERABIIDAD

SEMINARIO 1

LA VULNERABILIDAD

El mundo como vida y como segundo útero del ser humano, culto, cultura y cultivo.

El ser humano es el único animal que cuida; está vivo para cuidar. Desde la fundación de Roma, la piedad romana exige la fundación del «dentro», allí donde puede encontrarse la acogida del extraño, es donde nace la hospitalidad.  Porque para el humano, el mundo es el segundo útero, aquel que le acoge, le cuida. Incluir en la propia genealogía el lugar donde se habita, amplía la idea de paternidad hasta localizarla en la patria. No es solo la tierra de los ancestros; es el territorio quien se convierte en ancestro, y sus habitantes no son meros pobladores, sino deudos y descendientes.

La piedad antigua queda incrustada en la tierra como el origen. Los árboles que allí habitan  siempre nos anteceden, nacen directamente de la tierra, y son seres que quedan expuestos a nuestro cuidado. Su silencio viviente los convierte en una meditación que guarda los primeros misterios de la vida. Los árboles son la imagen viva de lo expuesto,de lo débil o durmiente, lo que es incapaz de su propia defensa. Nos recuerdan que podría existir un mundo sin necesidad de defenderse. Los árboles son tan vulnerables como venerables y sagrados; contemplarlos está fuera de toda maldad, es la paz. Frente al árbol se dirime el bien y el mal para el hombre, velar o violar; custodiar o profanar.

En Roma, los jardines eran lugares singulares donde se habitaba la presencia de los dioses. Los lugares donde más escrupuloso es el cuidado y el cultivo de la tierra son lugares de culto y significativos para la piedad. Según el Génesis, de la tierra del jardín paradisíaco no solo fue hecho Adán, sino también los árboles que entrañaban los misterios de la vida y la ciencia, del bien y el mal. Venerar un árbol es asumir su cuidado y salvaguarda. La piedad antigua daba lugar a espacios significativos donde las presencias se hacían reales, los llamados santuarios. El lugar donde se cultiva el culto, nace también la cultura. 

La piedad moderna da lugar a reservas naturales, a la autoconciencia humana del planeta como lugar común y colectivo. El lugar expuesto a nuestro cuidado o a nuestro descuido, el origen que puede profanarse, es también el lugar donde todavía se puede volver a empezar.

La piedad antigua está estrechamente relacionada con las nociones de patria y con las corrientes de los nacionalismos ideológicos. La piedad cristiana fundó el concepto de fraternidad más amplio que los linajes naturales o nacionales y es que junto con la humanitas estoica, son los ascendientes precursores de la noción de fraternidad universal. El ecologismo contemporáneo se nutre de ambas tradiciones.

La evolución desde la centralidad social y cultural de la estirpe hacia la unidad biológica de la especie humana se hizo a través de la raza. Los nazis se veían a sí mismos como personas sensibles y cuidadosas. Hicieron los primeros y mejores tratados ecologistas en defensa de la naturaleza y de los animales. Creían que el aire, las plantas y las montañas de lo que llamaron parques nacionales debían protegerse y preservarse, porque era el lugar de donde provenía la raza aria. Las otras razas no eran consideradas ni siquiera personas; los campos de exterminio son  la «solución final» a un problema de ecología política. 

«La unidad de la sangre y la tierra debe ser restaurada», era la consigna proclamada por Richard Walther Darré, quien fuera ministro del Reich de Agricultura y Abastecimientos entre 1933 y 1942. En su libro Blut und Boden (Sangre y Tierra), se le menciona como «el padre de los Verdes». Darré fue uno de los miembros más adeptos del partido, y hay historiadores que afirman que fue él quien convenció a Hitler sobre la necesidad de exterminar a judíos y eslavos. El interés por el medio ambiente contrario a la inmigración y a los pueblos no alemanes, basaba su teoría en el darwinismo social y en las teorías malthusianas que afirmaban que había una sobreabundancia de personas para la subsistencia de un entorno natural sostenible.

Esto fue así porque la piedad o la vinculación con lo original no sobrevive a su escisión de la hospitalidad y el reconocimiento de lo extraño. Sin embargo, no hay hogar propiamente humano si no es capaz de acoger lo distinto de lo propio, lo extraño. Por lo tanto, los nazis no eran humanos.

Para cuidar, hay que ser humano y, en ello, reconocer al extraño.

 La declaración «yo soy nosotros» no está completa y precisa siempre la amplitud del reconocimiento de lo definitivo «nosotros, los mortales». La técnica, el trabajo y también el cuidado hacen las mediaciones que dan poder al hombre, a la vez que su medida.

Para cuidar primero hay que nombrar las cosas. 

En el libro del Génesis, crear es decir las cosas: «En el silencio se escuchó la voz inaudita de Yahvé que nombró por primera vez las cosas. Dios dijo: ‘Haya luz’, y hubo luz» (Génesis 1:3).

De aquella palabra no surgió una idea, sino la realidad. La realización de lo real es su nombramiento; las cosas son porque están siendo dichas. Crear es llamar las cosas por su nombre, de modo que en un universo hecho de palabras, cada cosa es una invocación. Es por esto que la primera voz se escucha desde el principio y desde el final, es antes un designio que un impulso. Estamos hechos de palabras, dice Octavio Paz, y por eso es posible escuchar el sonido de cada cosa acompañándola hacia sí misma.

Nombrar al extraño, para cuidarlo. 

Robinson Crusoe de Daniel Defoe es la historia de un náufrago que sobrevive rescatando los restos del naufragio. La revalorización consiguiente a una catástrofe supone una modificación del modo de ver el mundo en dos direcciones complementarias: por una parte, el mundo antes del naufragio se ve como un prodigio encubierto por su cotidiana seguridad; y por otra parte, todo lo perdido y lo rescatado se descubre afectado de una levedad quebradiza que, no obstante, no es ajena a su valor. Para que el naufragio tenga valor, es necesario que el barco se hunda en el universo al que pertenece, que exista una pérdida del mundo.

Pensar que nuestro mundo sucumbe por alguna catástrofe es algo que el hombre contemporáneo conoce bajo la sombra del desastre nuclear o del cambio climático; de hecho, mucha gente espera que venga el cataclismo o el asteroide, porque así morimos todos por igual, y a la vez y se termina esta vorágine en la que no nos sentimos satisfechos. Sin embargo, no estamos acostumbrados a mirar nuestro mundo como si fueran los restos de un naufragio que ya ha tenido lugar; y esto es algo que no deja de ocurrir a diario y sin cesar. Chesterton proclama que «todo se ha salvado de un naufragio».

El tiempo es lo que las cosas necesitan para llegar a ser lo que son. La naturaleza es efímera, prodigiosa y frágil, y la ternura es la que nos empuja a socorrer cuanto sobrevive al desastre que suponen la vejez y la muerte quebradiza y vacilante. Se cuida lo que crece y todo lo demás como si creciera, o, lo que es lo mismo, como si envejeciera. Cuidar es procurar el crecimiento de todo aquello que dejará de hacerlo y asistir a su falta, presenciar y auxiliar.

El Diluvio universal es un naufragio singular; lo que se hunde es el mundo y todo lo que hay en él, y sobrevive el barco y sus ocupantes. En medio de un desastre que arrasa al mundo, lo único que se mantiene a salvo es una frágil obra del hombre, el Arca de Noé. El hombre es el náufrago a cuyo cargo corre el rescate del mundo, el animal que cuida del mundo porque trabaja: construye, restaura. El hecho de que el hombre sea el principal destructor del mundo es solo una triste prueba de hasta qué punto el mundo se halla expuesto a nuestro poder. «Salvar la tierra», decía Heidegger, es una de las dimensiones del cuidado.

El mundo es el segundo útero del hombre, el mundo devastado de tecnología es un útero errante, un animal dentro de un animal. (Hernández, 24)

El cuidado es «medicina» porque cura y rescata, y es «arte» porque inventa y glorifica. Poner paz es hacer sobrevivir el mundo, restaurar cada cosa hasta dejarla coincidir consigo. El cuidado es la hospitalidad con el ser de cada cosa, el tránsito hacia sí misma. Mediante el cuidado, el hombre habita el mundo; habitar es cuidar, tener a tu cargo, poner a salvo. Cuidar es dejar desenvolverse, retirar los obstáculos y reponer sin sustituir las fuerzas ajenas, pero antes incluso, es nombrar y contar como forma primordial del cuidado, porque la primera forma del rescate es el recuento.

  1. Blumenberg, H. (2000). La legibilidad del mundo. Paidós.
  2. Ferry, L. (1994). El nuevo orden ecológico. Barcelona: Tusquets.
  3. Heidegger, M. (1994). Construir, habitar, pensar. Barcelona: Serbal.
  4. Hernández, A. (2024, 25 de febrero). La teoría del “útero errante” de los antiguos griegos que dio origen al concepto de “histeria”. BBC. https://www.bbc.com/mundo/articles/cx9dg0jw2xlo
  5. Marín, H. (2005). Localización y convergencia de las ideologías. En H. Marín & M. López Chamumero (Eds.), Nación y libertad (pp. 135-172). Murcia: UCAM.
  6. Marín, H. (2010). Teoría de la cordura y de los hábitos del corazón. Valencia: Pre-Textos.
  7. Martínez Marzoa, E. (2006). El decir riego. Madrid: La Balsa de la Medusa.
  8. Paz, O. (1999). El arco y la lira. En Obras completas (Vol. 1, pp. 86-87). Barcelona: Galaxia Gutenberg.
  9. Steiner, G., & Boutang, P. (1994). Diálogos. En torno al mito de Antígona y el sacrificio de Abraham. Op. cit., p. 66.
  10. Steiner, G. (2004). Un prefacio a la Biblia hebrea. Madrid: Siruela.
  11. Virgilio. (s.f.). Eneida (II, 714).
A través de las seis lecciones en los podcast que se ofrecen sobre la piedad y el cuidado y con la lectura de de los textos sobre los que habla se trata de reflexionar sobre la dimensión del Cuidado que ha adquirido la bioética después del ocaso del paradigma del guerrero que no sea inferior a 400 palabras. La interpretación del mundo como vida y como segundo útero del ser humano, del elemento de culto y de cultivo, pueden llegar a ser la versión humana y ecológica al tecnologismo que amenaza a la destrucción de 600 millones de evolución.